Por Daniel R Scott
Algo agotado mentalmente, eso no me impidió leer
con sumo gusto y placer desde la primera hasta la última página "Se
llamaba Simón Rodríguez", que es, claro está, una obra de su autoría. La
compré en Fundación "Librerías del Sur", lugar que no visito
muy a menudo por su sesgo irremediablemente ideológico. Pero el pasado 6 de
agosto lo visité a ver qué novedades había y corrí con la suerte y la grata
sorpresa de toparme con su libro. Recuerdo que el librero, hombre amable y de
maneras cultas, no se cansaba de recomendarme y ponderarme las virtudes de dos
libros titulados "Razón y
Revolución", o bien, "Revolución
y Razón", pero yo no hacía otra cosa que ver titilar como una estrella
el "Antonio Pérez Esclarín"
en la cubierta del libro.
Como le dije, leí su obra. Lo hice con el
expectante corazón de un niño de diez años que no conoce nada sobre el tema. No
le miento ni exagero si le digo que, más que un buen libro, me parece un objeto
artesanalmente bello con ese formato y esas coloridas ilustraciones que le dan
vida, realce y vigor a un texto prodigo de ideas y datos históricos. Usted,
amigo mío, logró transmitir con su prosa frescura primaveral y me hizo sentar
en los inolvidables pupitres de la educación primaria y secundaria. Cuando
descansé la mirada sobre la bella y luminosa ilustración de la página 13, se
agitó el sedimento de los recuerdos más queridos y me vino a la memoria los
libros escolares de la infancia perdida, los que usé en la escuela en la
primera mitad de los años setenta, con sus bellos textos embellecidos con artísticas
ilustraciones. Se siente, además, que es un libro que usted escribió inspirado,
como quien compone un poema. Ciertos párrafos son poesía pura. ¡A partir de la
página 45 se podría decir que usted lo escribió danzando y cantando! Debió
colocarle un pentagrama. Ese tema le es muy querido y logra transmitir al
lector la emoción que le coloca a cada letra.
¿Y qué decir de las ideas y los
ideales del señor Simón Rodríguez? Uno no sabe si alegrarse o entristecerse.
Alegrarse por la existencia de un hombre tan extraordinario, entristecerse
porque uno siente que todo proyecto de redención política y social que se ha
llevado a cabo en este país nunca ha tenido un final feliz. El ideario del
Maestro de Bolívar nunca fue aplicado y eso nos ha traído no pocos males. "Y la ignorancia de los principios
SOCIALES," dice simón Rodríguez "es
la causa de todos los males, que el hombre se hace y hace a otros... educar es
CREAR VOLUNTADES." Y dice Juan Rosales Sánchez en su trabajo que versa
sobre el pedagogo en cuestión: "El grave problema de las repúblicas
americanas consiste en la ausencia de ciudadanos, pues sus costumbres no son
las adecuadas... ¿cómo puede sustentarse una república sin ciudadanos, sin
pueblo? Es imposible que hablemos de repúblicas con personas que ignoren sus
derechos y deberes sociales..." y añade que sería lo ideal: "La creación
de voluntades, la formación de un pueblo que asuma las riendas de su propio
destino, un pueblo con individuos dueños de sí mismos."
Ideas antiguas pero siempre frescas y
revolucionarias, en la espera de ser utilizadas; el proyecto de lo que debe ser
una educación verdadera y eficaz para sacar del subdesarrollo a nuestros
pueblos. Ideas de Simón Rodríguez y de usted (es la misma cosa) las que nunca
han sido puestas en práctica masivamente. La frase que se me quedó rebotando
dentro de mi cabeza como satélite fuera de su órbita fue: "Es muy poco lo que hacemos tumbando reyes y cortando cabezas, si
la gente sigue pensando igual que antes." Esa sentencia o lo que sea,
¿no sigue vigente en este 2008? ¿No sigue
siendo el dedo que acusa a toda nuestra historia Republicana? Las palabras
de Simón Rodríguez resultaron dolorosamente proféticas al hacer una distinción
entre educación e instrucción: "No esperen de los colegios lo que no
pueden dar (...) están haciendo letrados (...) no ciudadanos. Persuádanse que,
con sus libros y compases bajo el brazo, saldrán los estudiantes a recibir, con
vivas, a cualquiera que crean dispuesto a darles los empleos en que hayan
puesto los ojos (...) ellos o sus padres."
De todos modos, su libro me entusiasmó con su
contenido y coherencia histórica (cosas que no todos dominan con la debida
claridad a la hora de abordar la vida y peripecias de este notable sabio, como
lo dijo Rufino Blanco Fombona en su
"Mocedades de Bolívar") y hasta lamenté por un momento haber
abandonado las aulas para dedicarme al riguroso e inflexible estudio de las
leyes y el derecho. Quizá no descarte del todo la posibilidad futura de
incursionar de nuevo en la docencia. Recuerdo como fueron mis últimas
experiencias en las aulas. Estaba harto de repetirme año tras años con las
mismas lecciones de Artística, Geografía o Historia. Un día le pedí a mis
alumnos que adquiriesen la revista "Selecciones" para, reunidos en
varios equipos, comentar historias inspiradoras de la vida y los hechos reales
de esas personas que usted y yo ya conocemos, la de esos seres comunes y
corrientes que dieron lo mejor de sí a la hora de ser ejemplo, luchar contra la
adversidad o de construir un mundo más justo y digno. Si leyó historias como
las del "padre Kolbe" o "Arca cristiana en el Mar Rojo"
sabe a qué me refiero.
Hace algún tiempo me abordo uno de mis ex-alumnos,
uno del año escolar 1989/1990. Luego de los "¡Hola!" y los
"¡Cómo estás!" y otros saludos preliminares le pregunté qué era de su
vida. Respondió algo así como que estudiaba educación especial y trabajaba con
niños discapacitados. "Y todo gracias a aquellas palabras y consejos que
usted me dio. ¿Se acuerda profe?" Le dije que sí pero el rubor en la cara
debió delatarme porque por mucho que busqué y rebusqué, no pude hallar archivado
en los entresijos de mi mente las palabras que tocaron su corazón. Pero al margen
de este olvido, eso es lo bello de la docencia cuando no está sujeta a la
rutina de la mera instrucción y de los libros de texto: dejas sembradas
semillas de bien y de virtud en los corazones de esos discípulos que vas
dejando atrás. Un día alguien gozará de la sombra y del fruto maduro de esa
simiente que tu sembraste.
Por último, me despido de usted mi buen amigo, dándole
gracias a Dios por ese bien concebido "plan divino" que es su vida y
pido la bendición de lo alto para su apostolado y sus libros
Daniel Scott, 22 de Septiembre de 2008
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