Por: Daniel R Scott.
Salgo a respirar un poco de aire fresco y nocturno,
descansando pensativo mis brazos en los travesaños de la reja de pintura azul
que cuida la casa, y elevo la mirada al cielo. Ante mí tengo una hermosa noche
con su luna alta y plateada como la campana en una elevada torre de éter
azulado. Las lluvias pasadas y continuas han lavado y purificado la atmósfera,
haciéndola más límpida a mi pupila. Una nubecilla se pasea perezosa, como
dirigiéndose al santuario, atendiendo a los llamados de la campana lunar. Mucho
más arriba, una estrella parpadea y me hace guiños, cual una eterna doncella
sideral que no se cansa de jugar con los corazones enamorados de todas las
edades y latitudes.
Y me digo: "Pese a las cosas terribles que
pasan debajo de estos cielos, yo escojo el tipo de ojos con los que quiero ver
y me aferro a mi teología poética."
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