Por: Daniel R. Scott
Una aparatosa caída decembrina obliga a mamá
guardar reposo absoluto por treinta días; debe permanecer acostada boca arriba,
sin moverse ni a diestra ni a siniestra. Hubo fractura a la altura de la pelvis,
lo que a su edad y con osteoporosis complica aún más su recuperación. Siendo la
mujer activa e inquieta que siempre ha sido, sé que su convalecencia le será un
verdadero suplicio, así que me acerco y le digo: "Este es el momento
oportuno para que me des las clases de taquigrafía que te pedí". Mis
palabras obraron magia: esbozó una sonrisa y los ojos se le iluminaron. La
taquigrafía fue para ella su pasión y profesión. En ocasiones entro a su cuarto
y la sorprendo escribiendo con su dedo índice sobre la cama signos invisibles e
indescifrables. Quien no la conozca diría al verla en eso que son cosas propias
de orates. Pero cuando le preguntas por qué mueve su dedo contesta que está
escribiendo taquigráficamente alguna palabra, nombre, frase u oración que acaba
de oír en televisión. A mí, me avergüenza confesarlo, lo único que me trae a la
mente la taquigrafía es un largometraje del cómico mejicano Mario Moreno
Cantinflas. Cuando se le preguntó si sabía taquigrafía, el inmortal Cantinflas
contestó: "Lo hablo muy bien pero no lo escribo".
En la década de los cincuentas mamá era profesora
en el Instituto "Carabobo", situado frente a la antigua
clínica "Mérida" del Dr. Guerra Mora, en la calle Salias. Más tarde
el Sr. Carlos Hurtado Fonseca (cuñado de papá, buen esposo y hombre agrio como
un sorbo de vinagre) compró el Instituto y lo trasladó a su casa de la avenida
Cedeño, donde funcionó con el nombre de "Dr. José Gregorio Hernández"
hasta su clausura, a finales de los años ochenta. Dos habitaciones, una sala y
el garaje fueron aulas donde se impartieron las materias de contabilidad,
castellano, mecanografía y taquigrafía. Mamá se encargaba de las últimas dos.
Con el paso de los años mamá abandono el Instituto y con la masificación de la
grabadora de periodista y otras tecnologías la taquigrafía cayó en desuso, pero
resulta intelectualmente atractivo que mamá domine a la perfección un sistema
de escritura que "se remonta a la época del historiador griego Jenofonte,
que se valió de esa técnica para transcribir la vida de Sócrates"
(Wikipedia. La Enciclopedia Libre). También se usó mucho en el antiguo imperio
romano.
Mamá me pidió que abriera una de sus gavetas
secretas y olvidadas. Me dio las señas de un libro y dijo que lo sacara de
allí. Tras revisar un desorden de cuadernos, papeles viejos y adornos anónimos
carentes de significado encontré lo que me pidió: un libro viejo empastado en
cartón y en tela de un rojo que ya perdió su color por la acción del uso y del
tiempo. Su portada fue artísticamente decorada en un oro que ya se le cayó. El
libro se titula "Taquigrafía
Gregg" de Jhon Robert Gregg,
adaptado al español en 1904 y 1921. En su segunda página se puede leer la
caligrafía preciosista de mamá: "Pertenece a María A. de Scott. San
Juan de los Morros. 22-5-58". Vaya... ¡Un libro de medio siglo!
Estoy en casa, cuaderno y lápiz en mano, luchando
con la primera clase: planas del alfabeto en taquigrafía Gregg. Ya domino las
consonantes G, K y R. Creo que estas lecciones me serán provechosas porque si
bien se ve, no siempre se lleva una grabadora a todos lados. Es una ventaja
sustituirla por neuronas, manos, lápiz y papel, ya que este sistema permite
escribir las palabras con la misma rapidez con que son pronunciadas. Cuando
Oskar Schindler anunció que le hablaría a los obreros judíos de su fábrica, dos
prisioneras taquígrafas pudieron recoger sus palabras. Gracias a eso su
discurso quedó registrado en la famosa obra "La lista de Schindler", que posteriormente inspiraría la
no menos famosa película de Steven Spielberg.
Y lo mejor de todo: recibiré de mamá como herencia
un conocimiento que le es muy íntimo y querido.
18 de Enero de 2008
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