domingo, 29 de enero de 2017

Se llamaba Simón Rodríguez


Por Daniel R Scott

Algo agotado mentalmente, eso no me impidió leer con sumo gusto y placer desde la primera hasta la última página "Se llamaba Simón Rodríguez", que es, claro está, una obra de su autoría. La compré en Fundación "Librerías del Sur", lugar que no visito muy a menudo por su sesgo irremediablemente ideológico. Pero el pasado 6 de agosto lo visité a ver qué novedades había y corrí con la suerte y la grata sorpresa de toparme con su libro. Recuerdo que el librero, hombre amable y de maneras cultas, no se cansaba de recomendarme y ponderarme las virtudes de dos libros titulados "Razón y Revolución", o bien, "Revolución y Razón", pero yo no hacía otra cosa que ver titilar como una estrella el "Antonio Pérez Esclarín" en la cubierta del libro.

Como le dije, leí su obra. Lo hice con el expectante corazón de un niño de diez años que no conoce nada sobre el tema. No le miento ni exagero si le digo que, más que un buen libro, me parece un objeto artesanalmente bello con ese formato y esas coloridas ilustraciones que le dan vida, realce y vigor a un texto prodigo de ideas y datos históricos. Usted, amigo mío, logró transmitir con su prosa frescura primaveral y me hizo sentar en los inolvidables pupitres de la educación primaria y secundaria. Cuando descansé la mirada sobre la bella y luminosa ilustración de la página 13, se agitó el sedimento de los recuerdos más queridos y me vino a la memoria los libros escolares de la infancia perdida, los que usé en la escuela en la primera mitad de los años setenta, con sus bellos textos embellecidos con artísticas ilustraciones. Se siente, además, que es un libro que usted escribió inspirado, como quien compone un poema. Ciertos párrafos son poesía pura. ¡A partir de la página 45 se podría decir que usted lo escribió danzando y cantando! Debió colocarle un pentagrama. Ese tema le es muy querido y logra transmitir al lector la emoción que le coloca a cada letra.

¿Y qué decir de las ideas y los ideales del señor Simón Rodríguez? Uno no sabe si alegrarse o entristecerse. Alegrarse por la existencia de un hombre tan extraordinario, entristecerse porque uno siente que todo proyecto de redención política y social que se ha llevado a cabo en este país nunca ha tenido un final feliz. El ideario del Maestro de Bolívar nunca fue aplicado y eso nos ha traído no pocos males. "Y la ignorancia de los principios SOCIALES," dice simón Rodríguez "es la causa de todos los males, que el hombre se hace y hace a otros... educar es CREAR VOLUNTADES." Y dice Juan Rosales Sánchez en su trabajo que versa sobre el pedagogo en cuestión: "El grave problema de las repúblicas americanas consiste en la ausencia de ciudadanos, pues sus costumbres no son las adecuadas... ¿cómo puede sustentarse una república sin ciudadanos, sin pueblo? Es imposible que hablemos de repúblicas con personas que ignoren sus derechos y deberes sociales..." y añade que sería lo ideal: "La creación de voluntades, la formación de un pueblo que asuma las riendas de su propio destino, un pueblo con individuos dueños de sí mismos."

Ideas antiguas pero siempre frescas y revolucionarias, en la espera de ser utilizadas; el proyecto de lo que debe ser una educación verdadera y eficaz para sacar del subdesarrollo a nuestros pueblos. Ideas de Simón Rodríguez y de usted (es la misma cosa) las que nunca han sido puestas en práctica masivamente. La frase que se me quedó rebotando dentro de mi cabeza como satélite fuera de su órbita fue: "Es muy poco lo que hacemos tumbando reyes y cortando cabezas, si la gente sigue pensando igual que antes." Esa sentencia o lo que sea, ¿no sigue vigente en este 2008? ¿No sigue siendo el dedo que acusa a toda nuestra historia Republicana? Las palabras de Simón Rodríguez resultaron dolorosamente proféticas al hacer una distinción entre educación e instrucción: "No esperen de los colegios lo que no pueden dar (...) están haciendo letrados (...) no ciudadanos. Persuádanse que, con sus libros y compases bajo el brazo, saldrán los estudiantes a recibir, con vivas, a cualquiera que crean dispuesto a darles los empleos en que hayan puesto los ojos (...) ellos o sus padres."

De todos modos, su libro me entusiasmó con su contenido y coherencia histórica (cosas que no todos dominan con la debida claridad a la hora de abordar la vida y peripecias de este notable sabio, como lo dijo Rufino Blanco Fombona en su "Mocedades de Bolívar") y hasta lamenté por un momento haber abandonado las aulas para dedicarme al riguroso e inflexible estudio de las leyes y el derecho. Quizá no descarte del todo la posibilidad futura de incursionar de nuevo en la docencia. Recuerdo como fueron mis últimas experiencias en las aulas. Estaba harto de repetirme año tras años con las mismas lecciones de Artística, Geografía o Historia. Un día le pedí a mis alumnos que adquiriesen la revista "Selecciones" para, reunidos en varios equipos, comentar historias inspiradoras de la vida y los hechos reales de esas personas que usted y yo ya conocemos, la de esos seres comunes y corrientes que dieron lo mejor de sí a la hora de ser ejemplo, luchar contra la adversidad o de construir un mundo más justo y digno. Si leyó historias como las del "padre Kolbe" o "Arca cristiana en el Mar Rojo" sabe a qué me refiero.

Hace algún tiempo me abordo uno de mis ex-alumnos, uno del año escolar 1989/1990. Luego de los "¡Hola!" y los "¡Cómo estás!" y otros saludos preliminares le pregunté qué era de su vida. Respondió algo así como que estudiaba educación especial y trabajaba con niños discapacitados. "Y todo gracias a aquellas palabras y consejos que usted me dio. ¿Se acuerda profe?" Le dije que sí pero el rubor en la cara debió delatarme porque por mucho que busqué y rebusqué, no pude hallar archivado en los entresijos de mi mente las palabras que tocaron su corazón. Pero al margen de este olvido, eso es lo bello de la docencia cuando no está sujeta a la rutina de la mera instrucción y de los libros de texto: dejas sembradas semillas de bien y de virtud en los corazones de esos discípulos que vas dejando atrás. Un día alguien gozará de la sombra y del fruto maduro de esa simiente que tu sembraste.

Por último, me despido de usted mi buen amigo, dándole gracias a Dios por ese bien concebido "plan divino" que es su vida y pido la bendición de lo alto para su apostolado y sus libros


Daniel Scott, 22 de Septiembre de 2008

sábado, 28 de enero de 2017

Profesora de Taquigrafía Yacente

Por: Daniel R. Scott

Una aparatosa caída decembrina obliga a mamá guardar reposo absoluto por treinta días; debe permanecer acostada boca arriba, sin moverse ni a diestra ni a siniestra. Hubo fractura a la altura de la pelvis, lo que a su edad y con osteoporosis complica aún más su recuperación. Siendo la mujer activa e inquieta que siempre ha sido, sé que su convalecencia le será un verdadero suplicio, así que me acerco y le digo: "Este es el momento oportuno para que me des las clases de taquigrafía que te pedí". Mis palabras obraron magia: esbozó una sonrisa y los ojos se le iluminaron. La taquigrafía fue para ella su pasión y profesión. En ocasiones entro a su cuarto y la sorprendo escribiendo con su dedo índice sobre la cama signos invisibles e indescifrables. Quien no la conozca diría al verla en eso que son cosas propias de orates. Pero cuando le preguntas por qué mueve su dedo contesta que está escribiendo taquigráficamente alguna palabra, nombre, frase u oración que acaba de oír en televisión. A mí, me avergüenza confesarlo, lo único que me trae a la mente la taquigrafía es un largometraje del cómico mejicano Mario Moreno Cantinflas. Cuando se le preguntó si sabía taquigrafía, el inmortal Cantinflas contestó: "Lo hablo muy bien pero no lo escribo".

En la década de los cincuentas mamá era profesora en el Instituto "Carabobo", situado frente a la antigua clínica "Mérida" del Dr. Guerra Mora, en la calle Salias. Más tarde el Sr. Carlos Hurtado Fonseca (cuñado de papá, buen esposo y hombre agrio como un sorbo de vinagre) compró el Instituto y lo trasladó a su casa de la avenida Cedeño, donde funcionó con el nombre de "Dr. José Gregorio Hernández" hasta su clausura, a finales de los años ochenta. Dos habitaciones, una sala y el garaje fueron aulas donde se impartieron las materias de contabilidad, castellano, mecanografía y taquigrafía. Mamá se encargaba de las últimas dos. Con el paso de los años mamá abandono el Instituto y con la masificación de la grabadora de periodista y otras tecnologías la taquigrafía cayó en desuso, pero resulta intelectualmente atractivo que mamá domine a la perfección un sistema de escritura que "se remonta a la época del historiador griego Jenofonte, que se valió de esa técnica para transcribir la vida de Sócrates" (Wikipedia. La Enciclopedia Libre). También se usó mucho en el antiguo imperio romano.

Mamá me pidió que abriera una de sus gavetas secretas y olvidadas. Me dio las señas de un libro y dijo que lo sacara de allí. Tras revisar un desorden de cuadernos, papeles viejos y adornos anónimos carentes de significado encontré lo que me pidió: un libro viejo empastado en cartón y en tela de un rojo que ya perdió su color por la acción del uso y del tiempo. Su portada fue artísticamente decorada en un oro que ya se le cayó. El libro se titula "Taquigrafía Gregg" de Jhon Robert Gregg, adaptado al español en 1904 y 1921. En su segunda página se puede leer la caligrafía preciosista de mamá: "Pertenece a María A. de Scott. San Juan de los Morros. 22-5-58". Vaya... ¡Un libro de medio siglo!

Estoy en casa, cuaderno y lápiz en mano, luchando con la primera clase: planas del alfabeto en taquigrafía Gregg. Ya domino las consonantes G, K y R. Creo que estas lecciones me serán provechosas porque si bien se ve, no siempre se lleva una grabadora a todos lados. Es una ventaja sustituirla por neuronas, manos, lápiz y papel, ya que este sistema permite escribir las palabras con la misma rapidez con que son pronunciadas. Cuando Oskar Schindler anunció que le hablaría a los obreros judíos de su fábrica, dos prisioneras taquígrafas pudieron recoger sus palabras. Gracias a eso su discurso quedó registrado en la famosa obra "La lista de Schindler", que posteriormente inspiraría la no menos famosa película de Steven Spielberg.

Y lo mejor de todo: recibiré de mamá como herencia un conocimiento que le es muy íntimo y querido.


18 de Enero de 2008

La Inexistencia de Dios

Por: Daniel R Scott

"Por más que nos esforcemos en captar y expresar lo Absoluto lo mejor posible, sabemos muy bien que solo lograremos captarlo y expresarlo de una manera muy imperfecta" (Ignace Lepp)

¿Nos cuesta captar a Dios? Eso es bueno. ¿No vemos a la Divinidad en la mente del científico o en los tubos de ensayo de los laboratorios del mundo? Eso es mejor. Porque es casi imposible captar a Dios y más difícil aun confinarlo en los estrechos muros de fórmulas matemáticas, químicas y físicas producto de la especulación humana. Pero entonces tanto el hombre de ciencia como el vulgo concluye erróneamente que ciertamente "NO HAY DIOS". Mas, ¿prueba acaso nuestra incapacidad de captar y probar a Dios su inexistencia? Por supuesto que no, tan solo probaría que Dios como sustancia y concepto es demasiado elevado e infinito como para reducirlo a una simple ecuación. Y es que por años le hemos rendido culto a la ciencia y al raciocinio sin saber que ambos poseen limitaciones y fallos graves. Si el hombre de la postmodernidad es incapaz de abarcar con su mente la totalidad del universo material, ¡cuanto menos podría abarcar la anchura, la profundidad y la altura de la divinidad! ¿Podría acaso la hormiga con lo laboriosa que es concebir y recitar la monumental obra "el Quijote" de Cervantes? Por supuesto que no, porque tal actividad y conocimiento está más allá de sus facultades físicas e intelectuales. ¿Y no es esa nuestra posición ante la totalidad de lo real? Jamás podremos conocer e internalizar por nuestros propios recursos las verdades primeras y la ultimidad del acaecer cósmico, ya que hay un viejo axioma filosófico que sostiene que las verdades primeras y la ultimidad del acaecer cósmico no se prueban racionalmente. "No conocemos más realidad que la nuestra", dijo el filósofo Ignacio Burk, y Heisemberg, el creador de la mecánica cuántica dijo en el libro "El mundo de las dimensiones desacostumbradas" que el ser humano es una partícula microscópica que habita dentro de un átomo, sujeto a las dimensiones, leyes y principios de ese átomo. Y uno se pregunta honestamente, ¿se podría contemplar la realidad total desde un apartado rincón de un átomo? "El hombre es un ente de dimensiones medianas. Está colocado entre el cosmos inmenso y el diminuto electrón" (Heisemberg)

Por otra parte, ¿de qué nos serviría un Dios que pueda ser probado y mostrado por la ciencia o el quehacer filosófico? Creo que a nadie. Al menos a mí no me serviría. Si Dios puede ser explicado entonces ya no sería Dios. Si Dios puede ser racionalizado en términos absolutos, entonces no sería mayor que aquel que lo racionaliza, perdería su trascendencia. "Dios en sí mismo, en su carácter absoluto y en su trascendencia, está fuera, o mejor dicho más allá del alcance de nuestras facultades naturales de conocimiento. Un espíritu finito no podría abarcarlo ni expresarlo adecuadamente. El día que comprendí la absoluta trascendencia y la total inmanencia de Dios, ya no me atormenté por nuestra dificultad de probar racionalmente la existencia de Dios" (Ignace Lepp) De manera pues, y aunque suene contradictorio, la mejor prueba de la existencia de Dios que se puede presentar a la Humanidad es nuestra imposibilidad de probar plenamente su existencia.

Por eso fue que Dios, conociendo nuestra finitud y limitaciones intelectuales, tomó la iniciativa y decidió darse a conocer a través de la prosa de esa obra maestra del espíritu y de la literatura universal a la que llamamos "BIBLIA". Amigo mío, ¿tienes una contigo? Eso es muy bueno, pero te aconsejo que la tengas no como un amuleto sino que la leas. Léela con sinceridad y oración. Allí podrás ver y conocer a Dios. Por la Biblia sabemos de la existencia de otro camino excelente para conocer a Dios, a saber: la fe. Necesitamos de la fe. ¿Tienes fe? Deberías tenerla porque la fe es "la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (La Biblia). Leamos la Biblia y tengamos fe para así conocer a Dios. Dios no quiere que se le pruebe. La Biblia da por sentado la existencia de Dios.

El Creador quiere que se le conozca. Trata de conocerle

Septiembre de 2010


viernes, 27 de enero de 2017

Creo Quia Absurdum

Por: Daniel R. Scott

Hasta hoy no he parado de estudiarla ni de descubrirle cosas nuevas y asombrosas. La Biblia es una fuente que no deja de manar así haya la sequía más implacable. Todo hombre y toda época recibe luz y consuelo de sus páginas. Me es como un libro que, recién salido de la imprenta y con la tinta aún fresca, apenas hoy tomo en mis manos por primera vez...¡ Y son ya 23 años compartiendo todo tipo de momentos y recorriendo juntos cientos de caminos! Pero lo que nadie sabe es que del año 2003 hasta hoy me sucede con la Biblia algo muy complejo, paradójico y contradictorio y, sobre todo, muy liberal que escapa a toda lógica: mientras más mi mente reconoce la imposibilidad racional de sus milagros, relatos y enseñanzas, tanto más mi espíritu las acepta, se regocija y se alivia en sus páginas eternas. Es un fenómeno para el que no tengo respuesta por mucho que lo estudie o me lo expliquen creyentes y no creyentes de mi entorno. Y quizá no tenga respuesta nunca, lo cual no es necesariamente malo.

Recuerdo que para 1995 (y pocos lo saben) intenté sublevarme contra la Biblia leyendo algún que otro libro que socavase sus bases. "Si ésta es la verdad, voy a poner a prueba su contenido sometiéndola a la más duras de las críticas" me dije ingenuamente. Pero fallé en tan descabellada acción. Terminé derrotado y muy malherido. La Biblia siempre terminaba imponiéndose sin dificultad con la pompa y la majestad de un Rey eterno e inconmovible. De la Biblia no se puede huir. Una vez que estas en sus brazos ya no amarás a nadie más. Y es que el ingrediente espiritual que hay en todo hombre posee una poderosa intuición de una serie de verdades bíblicas intangibles que se ubican muy por encima de toda lógica humana y que le están vedadas al ser racional. Me viene a la mente aquella expresión de Tertuliano (uno de los Padres de la iglesia o representante de lo que los católicos llaman "La Patrística"): "Credo Quia Absurdun". Este hombre afirmaba "La certeza de la Revelación fundándola precisamente en su incomprensibilidad, en su imposibilidad racional" (Julián Marías) Si en la Mente de Dios se fraguó el contenido del libro sagrado, ¿cómo la mente humana finita (apenas una chispa imperceptible en el todo de la creación) podrá entenderla en toda su plenitud? El absurdo estaría en afirmar que conocemos hasta lo último el contenido de sus páginas.

Quizá yo sin saberlo comparta los puntos de vista de este Tertuliano. Soy su discípulo. Es que si la Biblia pudiera resumirse y ser explicada en una fórmula matemática, física o química (E= mc2 por ejemplo) entonces pasaría a ser un libro inferior a la mente que lo explica y perdería automáticamente su condición de PALABRA DE DIOS.

Lo cual es absurdo...

Agosto 2010

El Soldado de la Primera Guerra Mundial

Por Daniel R Scott

"La Primera Guerra Mundial fue una guerra que nadie quería y una catástrofe que nadie pudo haberse imaginado." (Henry Kissinger)

Fue soldado en los aciagos días de la Primera Guerra Mundial o "Gran Guerra." Un francés de uniforme azul apostado en el "frente belga" junto a muchos compatriotas más, haciéndole frente al ejército alemán. Sin poseer la edad reglamentaria se alistó en el ejército, en el 38 regimiento de infantería. En el cuello de su uniforme se observa el número 23. Era muy joven para lo que vio y le tocó vivir entre 1914 y 1918. Su rostro, mozo, de rasgos finos, estaba hecho para gozar de las cosas buenas que la vida suele ofrecer a la juventud. Pero el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Sarajevo en manos de un radical Serbio precipitó a Europa en un verdadero baño de sangre. "Europa no es cristiana." diría Gandhi

Hoy habrá jaleo, es lo que piensa todo el mundo. Él lo sabe. Lo ha visto otras veces. Lo ha vivido. No se engaña. Atisba las líneas alemanas desde su trinchera infestada de ratas y piojos. A su lado, el amigo de la armónica y noches de juerga se nota preocupado. Le tiembla el cigarrillo en los labios. Es que no vale la pena derramar el don de la juventud en los campos de batalla, donde hombres y caballos terminan descomponiéndose bajo el sol y la lluvia, según sea la estación del año. Por fin el grito destemplado de la oficialidad da la orden de asalto. Los hombres, como hormigas, salen bulliciosos de las trincheras corriendo en línea recta hacia el enemigo. Deben cruzar alambradas, terrenos descubiertos sin ningún tipo de protección, cubiertos de cadáveres, la llamada tierra de nadie.
Jadeo, sudor, miedo. Balas que pasan de largo o dan en el blanco. Se está en manos del azar, de lo que suceda, cualquier cosa. A su lado cae de espaldas el amigo, aquel de la armónica y las noches de juerga y camaradería. Se detiene e intenta levantarlo. "¿Dónde te hirieron? ¡Levántate!" Lo alza para dejarlo caer de nuevo. Es inútil: quedo reducido a una maltrecha masa sanguinolenta. El que alegraba nuestras noches de permiso. Se observa brazos y manos: están manchados de sangre. Sigue adelante, impulsado por la impotencia y la ira. Detiene su marcha frente a un soldado alemán hundido hasta el cuello dentro de un pantano. Es que la explosión de las bombas, las lluvias continuas y la tierra removida crean estas arenas movedizas artificiales. ¿Ayudarlo? No es un rostro. Ni aun un ser humano. Es el uniforme enemigo, el que despedazó con un obús al de la armónica, el de las noches de juerga, el del cigarrillo en la boca. Con el tacón de la bota le golpea la cabeza hasta hundirlo varios centímetros bajo el barro. Se trata de otra víctima anónima devorada por los campos de batalla. Sigue su marcha y al fin llega a unas pobres ruinas defendidas por los alemanes. Escombros bombardeados y quemados. ¿Qué sentido tiene defenderlos? Ahora si viene el combate cuerpo a cuerpo. La lucha se torna feroz, sin tregua, impropia de una Europa civilizada, impropia de los que han leído a los novelistas franceses o estudiados a los filósofos alemanes. Aquí Balzac y Kant no tienen cabida y de nada sirven las manos del violinista o la pluma del escritor. Un verso no es escudo que defiende de la muerte. ¿De qué le sirve a nuestro soldado haber leído las obras de Verne? Con su bayoneta atraviesa a su oponente y lo deja clavado del muro calcinado. Intenta sacarla pero resulta infructuoso, se atoró en el cuerpo y del muro. Desiste y toma del suelo el fusil de un soldado caído para continuar la refriega. No hay tiempo que perder. Matas o te matan. De eso se trata la guerra

Se da la orden de volver a las trincheras. A mitad de camino le sorprende el estallido de una granada. El soldado se cubre en tierra pero unas esquirlas le alcanzan una comisura de la boca. Años más tarde, ya viejo y en otras tierras, en las fotos que se tomó de perfil, podía verse las secuelas de esa explosión. Eso decía su esposa. Se levanta y sigue adelante hasta llegar al refugio de su trinchera sano y salvo. Poco a poco se tranquiliza. Piensa en el del armónica, dejado atrás para siempre, abonando la tierra de nadie. Lamenta su muerte. Los demás también. Repasa mentalmente las muchas veces que la muerte le rozó como una bala enemiga. Respiró un poco de gas mostaza y sobrevivió. Un obús casi lo hace volar en pedazos la noche que montaba una guardia. "Me acababan de relevar," explica, "cuando oí a mis espaldas un gran estruendo. Regresé y sólo encontré trozos de carne y huesos."

Noviembre de 1918. Acabó la guerra. Alto al fuego. El 11 de noviembre se firma un armisticio muy desfavorable para el orgullo alemán. "Los traidores de noviembre" diría años más tarde un nazismo amenazante. Han muerto diez millones de soldados. Andrés Richier, el soldado de nuestro relato, fue condecorado: siempre se ofrecía de voluntario para misiones peligrosas, como buscando más la muerte que la gloria. Fue desmovilizado el 28 de septiembre de 1919 y, al igual que muchos jóvenes de su condición, le dio por recorrer calles silenciosas, noches solitarias y bulliciosos cabarets, buscando reordenar su vida...

Barbacoas, noviembre de 1929. Andrés Richier le obsequia a su prometida una foto con la siguiente dedicatoria: "Mirtala: conserva este recuerdo como yo conservo en mi corazón tu amor." En la foto esta vestido de uniforme. Casi un adolescente. Le contaría a su prometida episodios de la guerra tal cual están descritos arriba. Y yo quise preservarlos en tinta y papel. Contraen matrimonio en 1930 y el 16 de mayo de 1931 les nace su primogénita, María Antonieta Richier Sánchez, una niña con una cara de muñequita que le valió de por vida el apodo de "la nena." Mi madre


28 Abril 2011

DOS MESES ANTES DEL 4-F (DIARIO)

Por Daniel R Scott


16 de noviembre de 1991: Hubo una época en que el aire de los espíritus humanos era más puro. Tan puro que podían verse muy a lo lejos otros planetas girando en sus órbitas de luz y las cosas cercanas que nos rodeaban no estaban labradas a manos. Eso vino después. El mundo, recién salido de la nada bendita, poseía un brillo único y especial que hoy ya perdió y sigue perdiendo. La realidad no existía porque no servía para nada ni se sabía cuál era su utilidad. "¿De qué sirve?" decíamos al verla, entre burlas y risas infantiles.
En ese paraíso no se conocía la conciencia ni la noción del bien y del mal. Los ángeles de la ingenuidad se paseaban libres y desnudos por el huerto individual. (Porque todos vinimos a la vida con nuestro huerto) Pero hoy ya no.
Las lágrimas secaron la floresta y la tristeza tiñó la atmósfera.

22 de Diciembre de 1991: Arde la leña y sobre la leña, en una vieja, enorme y ennegrecida olla de quien sabe cuántos años de antigüedad, hierven las centenarias hallacas navideñas. Mamá (madre emblema de este hogar) trabaja sobre una mesa que rebosa de aceitunas, pasas, pasitas, cebollas, papas, encurtidos, hojas de plátano y demás ingredientes de este nuestro platillo típico. Mi hermana Maribel de visita nos ayuda. Mi hermano Luis y yo hablamos de lo bello y antiguo de nuestra tradición familiar, que es también la tradición del país por esta época del año. Un ritual de toda la vida. Toda familia debe tener tradiciones, cualquier cosa que les dé identidad y perpetuidad. Quien tiene tradiciones puede marchar victorioso y feliz en medio de un mundo que se torna confuso y materialista. ¡Es tan poco lo que se necesita para ser feliz! Y buscando los leños para avivar el fogón soy feliz

31 de Diciembre de 1991: Cada año nuevo un cantera: extrae las mejores piedras y tállalas con lo mejor de ti mismo. Solo basta un acto de voluntad, que el deseo te inspire. Tú mismo quizá seas roca tosca y sin valor a los ojos de los demás, pero permite ser cincelado, día a día, en tu diario caminar, en tus tristezas y alegrías. Veras como serás una obra de arte de gran  valor.

Sin Fecha: Habita en el brillo de tu canto y jamás veras las tinieblas


3 de Enero de 1992: Pesada soledad. Entré a este año con mucha desazón. Todas las cosas parecen estar vacías de sí mismas. Es extraño. Siempre es así los primeros días de todo año. No me gustan mucho los primeros gestos del año. Y es que aun las festividades del pasado mes dejan a uno agotado. La alegría agota. Sucede lo mismo con cualquier festividad que es intensa y larga: deja cansancio. Estoy de pie, a la orilla de la calle, en la Urbanización "Caña de Azúcar" en Maracay, Estado Aragua. Vine a visitar una novia de cuando yo tenía 18 años pero no la hallé. Toque con los nudillos una casa que sonó a oquedad. No hay nadie salvo el silencio. Así que regreso a casa. Espero el bus sumido en mil pensamientos alimentados de un pasado que dista diez años del lugar de donde estoy. En eso pasa a mi lado un ciclista a toda velocidad que me grita, "¿qué pasa flaco marico?" Yo le grité: "¡Gracias!" No esperando tal respuesta, miró hacia atrás y, evidentemente arrepentido, soltó una carcajada y me saludo amigablemente.
¿Qué le pasa al ser humano? necesita los olvidados manuales de buenas costumbres. ¿Es que cuesta tanto ser amable y tener buenos modales? En eso si no fallaron nuestros abuelos

5 de Enero de 1992: La década de los noventa, ¿adónde nos lleva? El año pasado fue difícil en lo económico y social. ¿Y qué decir de la década de los 80? Se pierde la fe en las instituciones, y las ideologías que parecían ofrecer alternativas se han desplomado de unos años acá: cayó el muro de Berlín en 1989 y la Unión Soviética sufrió un debacle el año pasado. Los viejos modelos y alternativas se esfumaron.

6 de Enero de 1992: Se oye rumores de golpe de estado. Desde el 31 de diciembre se habla de ello. El año pasado, las protestas civiles contra el gobierno de CAP convirtieron al país en un verdadero campo de batalla. Hubo muertos y muchos, muchos heridos. Sobre todo hay mucho descontento e indignación en los corazones. ¿Se piensa ahora en alternativas militares? ¿Eso ya no pasó de moda?

Sin Fecha: "¡Soldados! ¡Obedeced!" dijo el general Don Nadie. "Tomad vuestros fusiles, he allí la diáfana luz del sol ¡Disparen contra la luz! ¡Matadla!" Pero el soldado respondió: "¡Mire que querer fusilar los rayos del sol mi General!"
¡En este diario mando yo! 28 de Enero de 1992: en la portada de "El Nacional" en letras grandes se puede leer al presidente decir: "Yo nunca he dicho que el golfo es de Venezuela." Le muestro el titular a un amigo mío y le digo: "De este titular a un Golpe de Estado lo que hay es un paso." No soy profeta ni visionario ni nada por el estilo, pero si los rumores de asonada militar son ciertos, declaraciones antipatrióticas como esta deben poner en marcha el aparato militar. Solo deducciones de un ser anónimo

3 de Febrero de 1992: "El mundo avanza en pos de la paz pero las guerras siguen vigentes." dice cierto artículo que leí y que me habla acerca de esa dolorosa "¡guerra fratricida!" que hoy se libra y enluta a Yugoslavia... ¿Cómo puede ser esto posible? ¿Son tan válidas y reales sus diferencias? Se acaba con una vida. ¿En nombre de qué o de quién? Si analizas bien el asunto, lo hallaras absurdo y confuso. Tenemos la posibilidad y capacidad tanto de amarnos como de matarnos. Amamos y odiamos. Quien toma en su mano la flor empuña también el arma criminal... Antes de la Segunda Guerra Mundial, muchos de los monstruosos genocidas antisemitas eran honorables e indefensos padres de familia. Las ideas y la política pueden en ocasiones transformarnos en seres despreciables. Por eso hay que ver muy bien que decidimos creer.

Para cerrar: Hoy la policía lanzó una bomba lacrimógena a una protesta de ancianos en la ciudad capital. Sin comentarios.


Abril de 1992

jueves, 26 de enero de 2017

Un Reencuentro Anhelado

Por Daniel R Scott
A Jesús Enrique Blanco Méndez, mi suegro desde hace cinco años

Ya era muy de noche cuando mi esposa y yo decidimos dar un paseo por el centro de San Juan. Está muy contenta porque este año se gradúa de licenciada en Administración Comercial y no hace otra cosa que hablar y hablar de cuando reciba su título. Es la corona otorgada legítimamente después de cinco años de estudio y perseverancia. "Estoy orgulloso de ti" le digo cada dos minutos. Al poco rato de haber salido y para nuestra sorpresa, un auto se estacionó en las sombras del otro lado de la calle y el conductor nos saludó, agitando la mano. Era el saludo algo inseguro del que no espera obtener respuesta. Mi esposa palideció, se le heló el rostro: se trataba de su padre. Ella no lo veía desde los seis años, he allí la razón de su estupor. Los recuerdos que de él conserva son escasos y carentes de emoción, nada que le despierte algún sentimiento filial. Las palabras "Papá" o "Padre" le suenan huecas y vacías, sin significado ni significante. "Lo último que recuerdo de él es yo pequeña jugando sobre sus piernas" me dijo una vez. "Sacó de su bolsillo unos caramelos y me los dio". Un día, por razones no del todo claras, su padre se marchó y no volvió más. A partir del uso de su razón, Andry (así es como llamo a mi esposa) siempre se preguntó por el paradero de su padre e hizo algunos esfuerzos por encontrarlo, fallando en cada intento. Para ella eso era frustrante. No podía ver a un hombre de elevada estatura y ojos claros de gato en las calles o en el Metro de Caracas porque suponía era su padre. Alguien le dijo que lo habían visto manejando un Renault blanco. Cada vez que mi esposa (una adolescente) veía un auto con tal descripción le saltaba el corazón. Para esos días era una jovencita de cabellos exageradamente largos, como los de alguna princesa indígena de una selva remota, con muchas inquietudes y preguntas que hacerle a la vida. No cabe duda que a Andrea no le sentó bien haber crecido sin la presencia de la figura paterna. "Es que mi vida fue siempre un rompecabezas al que le faltaban varias piezas" me explica. "El día que encuentre a mi padre ese rompecabezas se habrá completado". Pues bien, y no me pregunten cómo, llego la hora de armar en su totalidad el gran y doloroso puzzle. Sin embargo Andry no se muestra muy entusiasmada, y la entiendo: tras veinte años sin saber nada de su padre (el Sr. Blanco), ¿Qué es lo primero que ella debe decir? ¿Y cómo se lo dirá? La pobre es presa de sentimientos encontrados. Me pide por favor que me acerque al auto y haga de mediador. "Vayan a casa y atiéndelo; yo los alcanzo más tarde" me dice en susurros.

Me acerco y lo saludo. Me invita a entrar. Luego de las presentaciones de rigor y demás formalidades le explico a mi suegro la situación y le invito a casa. El asiente comprensivo, enciende el motor y nos marchamos de allí. Andry sigue de pie en el mismo lugar, inmóvil; quizá lo único que se mueve en ella sean sus lágrimas en las mejillas. Siento compasión. Ha de sentirse muy mal con todos esos sentimientos y pensamientos girando y chocando entre sí. Aquí en el auto en marcha hay cuatro personas más cuya identidad ignoro. ¿Parientes? ¿Amigos? No lo sé. Hablamos de cualquier cosa para, como dice el dicho, romper el hielo. A partir de ese momento me sentí como en otra dimensión. El tiempo y las cosas se alargaban y encogían. Mis palabras brotan arrastradas, pesadas, lentas, como el sonido de aquellos discos de vinilo que uno colocaba sobre el tocadiscos a mínima velocidad para desternillarnos de la risa. ¿Me estaré volviendo loco acaso? El rubor se me subió al rostro, encendiéndolo. ¿Pensará esta gente que me burlo de ellos? Mal comienzo. Pero ellos se comportan como si nada sucediera. Me siento incomodo: no debería estar metiendo las narices en estos entramados filiales que no son de mi incumbencia. Estoy harto de ver y saber  de tantos casos de paternidad irresponsable y de otras cosas por ese estilo. Lamenté los temores de mi esposa y al mismo tiempo me sentí culpable de abrigar tal pensamiento porque, después de todo, no debe ser cosa fácil o placentero dirigirle la palabra a un padre que también es un perfecto desconocido.

Ya en casa observo más detenidamente a mi suegro ("Llámame Jesús" me dice) Es de elevada estatura, tal como me lo describió mi suegra, pero su piel es blanca como la de un anglosajón y demasiado tersa para ser el padre de mi esposa. Se supone que debe tener unos cincuenta años y este si acaso tendrá poco menos de treinta. Es un deportista que viste camiseta, pantalones cortos y zapatillas para trotar. ¿Qué sucede aquí? Lo que sea no me gusta ni encaja en la lógica. Un olor a fraude. Pero finalmente me tranquilizo. "Bueno, sea cual sea su aspecto, este es su padre" me digo, olvidando lo que veo y echando fuera la desconfianza. Mi suegro entonces toma la palabra y explica las razones por las cuales se vio obligado de alejarse de su hija por todos estos años pero, sordo como una roca, no le oigo absolutamente nada: sus labios se mueven pero no emiten sonido alguno. Su voz es literalmente inaudible. Y yo no estoy sordo: oigo la burla de los pericos cara sucia y el trinar de los canarios allá en sus jaulas, algo insólito considerando lo avanzada de la noche. Como no le oigo ni tampoco sé que responder, se me ocurre una idea. "Señor Blanco, supongo que desea saber cómo es el aspecto físico de su hija. En mi biblioteca están nuestros álbumes de fotografías. ¿Qué tal si los traigo y los vemos juntos mientras llega su hija?" A él le pareció bien sin dejar de hablar y de hablar su lengua muda y yo caminé los tres metros que nos separaban del estudio. Al entrar, encontré que todo el mobiliario había desaparecido, solo había cuatro paredes vacías y desnudas. ¡No había nada! Ni estanterías, ni libros, ni álbum ni nada...¿Qué ocurre? Todo parece obra de algún maleficio. O simplemente se trata de un robo. Hasta dudo de mis sentidos. ¡Maldita sea! ¿Cómo es que se esfumó todo sin dejar rastro? Me estoy volviendo loco. ¿Y ahora qué le digo a este señor? Ojalá llegara Andry para dejarlos solos y acabar con este embrollo de una buena vez. Soy hombre descomplicado. Me acuerdo que en mi cartera guardo una foto de Andry, la que se tomó un marzo de 2004.

Ese día se maquilló y fue a una peluquería para cortarse y arreglarse el cabello; luego se acercó a mi trabajo a ver cuál era mi reacción. La encontré tan encantadora que la llevé a un estudio fotográfico para tomarle la foto. El lente de la cámara eternizó un rostro joven, bello, suavemente maquillado que mira con orgullo al mundo. Salgo apresurado de la habitación con la foto en la mano y diciendo: "Señor Blanco, ahora que lo recuerdo tengo aquí en mi cartera..." y ya no pude decir nada más: me desperté envuelto entre sabanas y las primeras luces del amanecer. El ventilador giraba de derecha a izquierda y de izquierda a derecha. Los pormenores del relato y sus personajes de desvanecieron: una nada tragada por la nada. Se trataba de otro sueño más, una jugarreta onírica de la mente dormida. Y yo volví a caer por inocente. Como siempre. Tardé varios segundos para comprender que todo había sido una ilusión.

A mi lado mi esposa duerme plácidamente y afuera una lluvia matutina llora o ríe sobre las viejas tejas agrietadas del techo. Esto sí es real.


28 de Julio de 2008

La Foto Que Ganó El Pulitzer



Por Daniel R Scott

"No puede haber otra salida que el cambio de gobierno, la sustitución del régimen actual por otro que responda a los intereses del pueblo" (Del periódico "Izquierda", 1960)

La foto que engendró a este artículo se puede encontrar en las páginas del tercer ejemplar de El Desafío de la Historia, una nueva y flamante revista de formato algo pesado que recopila temas y personajes de nuestra sinuosa historia patria, tales como "Miranda", "Entrevista a la Negra Hipólita", "Sexualidad Indígena", "El Guzmancismo" y otros asuntos muy instructivos y buenos para leer y aprender. La publicación, pues, promete ser un coleccionable de gran valor...
La foto a la que me refiero fue tomada por el fotógrafo Héctor Rondón en los sucesos conocidos posteriormente como "El Porteñazo", la conspiración cívico-militar más grave que enfrentó el gobierno de Rómulo Betancourt. Es historia que el 2 de junio de 1962 se subleva la Base Naval de Puerto Cabello. Se enfrentaron las fuerzas insurrectas del Batallón de Infantería de Marina “General Rafael Urdaneta” contra las tropas del Batallón Carabobo en el trágico sitio de La Alcantarilla. Se produce una gran matanza y es cuando el profesionalismo del fotógrafo capta con su cámara la imagen que le da la vuelta al mundo: el capellán Luis María Padilla auxiliando a los heridos y dando la extremaunción a los moribundos. Tanto el valor testimonial como la dramática carga emocional son tales que más de cuarenta años después resulta perturbadora y agobiante: escenario tristísimo, desolado y sombrío donde el sacerdote solitario ayuda a un soldado caído. Sobre el asfalto desorden de casquillos vacíos y un fusil yaciente. Atrás, insensibles, frías y silenciosas, las rejas de algún comercio reflejan su metal en el lúgubre espejo de los charcos aislados que dejó el aguacero de ese amanecer. En el rostro del cura un temor que otea el inminente peligro en algún punto oculto de la calle o de los edificios: los francotiradores hicieron estragos escondidos en azoteas, ventanas y esquinas. Quizá sea él el próximo blanco. Nunca antes el lente de una cámara había captado tal atmósfera de desamparo total y definitivo. Con sobrada razón la gráfica ganó el premio Pulitzer.

El viejo Juan José López se le puede ver a cada rato merodeando por el barrio 14 de Marzo y la salida Los Llanos. En este instante lo veo debajo de aquel samán, aliviadero de borrachos trasnochados. Jubilado de la administración pública, fue por muchos años obrero del Módulo de Servicios de la Morera. Pero mi amigo López (al que profeso gran afecto) es mucho más de lo que uno mira en su porte cansado: fue soldado en los días aciagos del "Porteñazo". Le detuve en la calle y le pedí que me hablara de sus experiencias. Esto respondió: "¡Una soledad muy honda! Se le estrujaba a uno el corazón. En varias cuadras no se veía ni el caminar de un perro". Cuesta creer que este humilde anciano que camina inclinado sobre su bastón haya combatido y colaborado en la macabra tarea de echar dentro de un camión militar los cuerpos maltrechos y ensangrentados de los soldados, civiles y oficiales de los que murieron en combate. "El furriel tuvo que meter sus manos en agua y vinagre" sigue diciendo López. “Se le hincharon los dedos de tanto teclear sobre la máquina de escribir los nombres y apellidos de los muertos”. Agobiado por el silbido mortal de los proyectiles y el insoportable olor a pólvora, el pobre López se escondió por un momento dentro de una enorme nevera descompuesta para salvar la vida.


Guillermo García Ponce, secretario militar del PCV, nos da su versión de los hechos que giran en torno a la foto galardonada:

"Adelante todo es silencio. No hay ni un movimiento. Las calles parecen desiertas. Apenas los destrozos del combate de ayer y la brisa hace balancear los avisos de las casas de comercio. Como llovió al amanecer, el piso está sembrado de charcos de agua.

"Cuando el primer tanque pasa la esquina no hay un solo disparo. Parece que la insurrección se ha evaporado. Todo es quietud, una soledad extraña, ceñuda. Desde atrás, el capitán sigue apremiando:
- ¡No sean reclutas! ¡Adelante!
"Hasta que pasa el último tanque con su mole de ruidos, cañones y cuarenta hombres atrás. Entonces se oye el chasquido de una ametralladora. Luego el tronar de los fusiles automáticos. Lluvia de balas por todos lados.

"Rodríguez Sánchez se da cuenta de que la tropa ha caído en una emboscada pero es demasiado tarde. Los soldados arremolinados en el segundo tanque reciben el fuego directo desde las casas. Igual ocurre más atrás suyo. ¡Qué horror, protegidos por el frente pero desguarnecidos por los flancos! piensa, y cuenta hasta quince muertos a espalda de su tanque.
- ¡Disparen! ¡Fuego ya!
Las torres de los blindados giran unas a la derecha y otras a la izquierda. Los cañones casi quedan en posición horizontal. ¡Fuego! Suena el bramido estruendoso. Tiro directo sobre puertas y ventanas. La tierra es sacudida como movida por un terremoto. Polvo y fragmentos son esparcidos cubriéndolo todo. A lo largo de la calle hallan más de cuarenta muertos y heridos. El resto de los soldados del Carabobo y Piar echados en el suelo casi no se atreven a respirar.

- Manden las ambulancias. ¡Urgente!
- Las ambulancias no quieren avanzar, mi capitán".
Finalmente, luego de ¿cuatro días? la insurrección fracasó. Hubo cuatrocientos muertos y casi mil heridos. La conspiración contó con el apoyo de políticos vinculados a la izquierda y al PCV. Sucede que la épica y prometedora revolución cubana fue el modelo a imitar por los movimientos revolucionarios de nuestra patria y de casi toda Latinoamérica. Mi tío Horacio Scott Power, por ejemplo, militó activamente en estos movimientos y hasta padeció el presidio en la PGV. Hubo excesos de ambas partes: a un soldado lo desollaron vivo dejándole atado a merced de los bachacos y al camarada de una prima mía lo lanzaron con las manos esposadas desde lo alto de un helicóptero en pleno vuelo. A veces las ansias de poder y las ideas redentoras son los peores enemigos del género humano.

La foto volvió a aparecer en enero o febrero de 1989 en un diario de circulación nacional. Fue publicada según creo por los cubanos en el exilio. Es que no toleraban que un triunfal y recién electo CAP invitara a su fastuosa toma de posesión a un Fidel Castro cuya contribución militar e ideológica enlutó a muchos hogares venezolanos. El barbudo mandatario caribeño fue la vedette del evento. Los medios de comunicación, excitados no hallaban qué hacer con él. Y ahora, en la "V República", notorios y mal disimulados son los tiernos amoríos de nuestro primer mandatario nacional con la dictadura más antigua del continente. Hasta se habla de un "mar de la felicidad" que hasta el día de hoy no sé qué cosa significa.

Si los que murieron en la lucha armada de la década de los sesenta se levantaran de sus tumbas, ¿qué dirían? Ellos (guerrilla y ejército) empuñaron el fusil y murieron por aquello que se les pidió.
Veo la foto del premio Pulitzer y digo que se debería honrar la memoria de todos los jóvenes que sacrificaron sus vidas sin saber exactamente qué ocurriría después.


1 Agosto 2008

miércoles, 25 de enero de 2017

“María Antonieta Richier de Scott”

Por Daniel R Scott

“Mamá fue un ejemplo de sacrificio y abnegación en una mala época donde el sacrificio y la abnegación brillan por su ausencia o son considerados una estupidez. Supo sembrar con los más genuinos actos de bondad y devoción un pedazo de su corazón en el mío.”

El pasado 26 de marzo del año en curso, poco después del mediodía, falleció “María Antonieta Richier de Scott”, mi madre y madre de muchos, muchísimos hijos más. No se trata tan solo de sus seis hijos: todos los que se acercaron a su órbita de amor experimentaron la grata sensación de ser hijos suyos. Y fueron muchos. Cumpliría el próximo 16 de mayo ochenta años de edad. Pero Dios dispuso otra cosa. La rapidez con la que partió del lado nuestro dejó a la familia conmocionada. En mi caso todo ocurrió de tal manera que simplemente me cuesta entender que lo tal sucedió. O simplemente no actúo como si mamá hubiese fallecido. Por eso no lloré. Tenía un gran dolor en mi corazón, pero no lloré. En el fondo de ese natural dolor, resplandecía la serenidad. Como le escribí a alguien dos días después del deceso: "No sé qué me pasa. Siento que no murió. Quise llorar y no pude porque me parece que no sucedió nada. Siento su ausencia pero la siento como ese tipo de ausencia que le queda a uno en el alma cuando un ser querido que se va de viaje. Una ausencia que no es el producto de algo definitivo e irremediable como lo es la muerte. Es un viaje. Ella no volverá. Pero nosotros algún día estaremos en el cielo donde ella mora actualmente."
Lo dijo el salmista reflexionando sobre la muerte de un hijo: "¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí." El Jesucristo en el que ella y yo creemos dijo: "En la casa de mi padre muchas moradas hay. Voy a preparar morada para vosotros." Mamá ya habita una de esas moradas. Allí está, en una casa diseñada para ella, tal cual como ella siempre la soñó y la quiso, y eso debe hacernos felices. ¿Por qué he de estar triste? Es que ya la estoy viendo arreglando con toda calma y solicitud las plantas y la grama de su jardín. Tal cual como ella siempre lo hizo de este lado de la existencia. Ese es su cielo. Esa la morada que Cristo fue a arreglar para ella. El "cielo bíblico" nos es cosa de estar cabalgando beatíficamente nubes etéreas, vestidos de blanco y tocando arpas de oro. El cielo es la transfiguración e inmortalidad de todo aquello que nuestro corazón anhela y ama.
Mamá fue un ejemplo de sacrificio y abnegación en una mala época donde el sacrificio y la abnegación brillan por su ausencia o son considerados una estupidez. Supo sembrar con los más genuinos actos de bondad y devoción un pedazo de su corazón en el mío. Sirva su conducta de ejemplo. Se diga de ella lo que Leo Michelotti dijo de su madre: "Mamá nos entregó su vida, sin guardar nada para sí. Pensó siempre en nosotros, nunca en sí misma." Puedo pregonar a los cuatro vientos y al que desee oír que ella fue un tesoro viviente, un ejemplo digno a seguir. Fueron sesenta años dedicadas a la laboriosa formación de hijos, nietos y bisnietos. Y lo que fue mejor: dándonos ese calor humano tan característico y único en ella, calor que se traduce en buenas obras y no en meras palabras. Su legado, ese que pasará de generación en generación y que la habrá de eternizar, jamás se podrá justipreciar. De ella se puede escribir un libro, y no lo digo dominado por algún tipo irracional de sentimiento filial que suele invadirnos cuando fallece un ser querido. Su estilo de vida, lo que hizo y lo que pensó muy bien cuadra dentro de un libro. De hecho, antes de morir me dejó un diario muy bien escrito donde habla de sus vivencias, sensaciones y recuerdos. Ya publicaré algunas notas de ese diario para que el lector juzgue por sí mismo.

En la noche del día de su entierro ocurrió un pequeño milagro: repentinamente floreció su planta preferida, la "Dama de Noche." Se trata de una excéntrica, exótica y bella flor que más bien parece un cruce caprichoso entre un ave y una flor. Sus blanquísimos y largos  pétalos se asemejan al plumaje de un ave nocturna. Se abren al principiar la noche, exhala un perfume exquisito para, finalmente, al despuntar el amanecer, cerrarse para no volverlos a abrir jamás. Me acerqué y la observé entre maravillado e intrigado. Pero... ¡si hacía mucho tiempo que esta flor no se abría a la noche!

“En mi tristeza entendí que era mamá despidiéndose de nosotros y diciéndonos que todo está bien, muy bien”.

28 Marzo 2011

Fundo Tacatinemo

Por Daniel R Scott


"Antes el mundo era el Cielo" (Cosmogonía de la etnia yekuana, del Alto Orinoco) por Manaure.

Cuando se me propuso, la noche de mi cumpleaños, emprender un viaje o absurda peregrinación nostálgica al viejo fundo de papá, nuestro huerto del Edén familiar, el mismo que fue el deleite de nuestra niñez, mi reacción inicial fue responder con un enfático y rotundo "¡No!". Tras una prolongada ausencia de dos décadas, temía de veras lo que pudiese o no pudiese encontrar en esas tan queridas hectáreas. Le temo a ese "cuerpo etéreo con que están hecho los recuerdos", (Ramón Sampedro) porque los tales no son reales cuando salen de nosotros y se confrontan con la realidad. Los recuerdos, a decir verdad, no son reales en ningún lado. El último capítulo de la obra "Las Memorias de Mama Blanca" de nuestra querida escritora Teresa de la Parra me había dado una gran e inapelable lección al respecto. La familia vende la hacienda paterna y parte a Caracas para "civilizarse". Pasan dos años. Las niñas del relato, presas de la nostalgia, les dio por evocar sus días en la hacienda "Piedra Azul". Para ellas, ese período era "la edad de oro en el paraíso perdido". Querían visitar el lugar. Escribe la autora: "Seguras de que habíamos dejado allá un tesoro de felicidad, queríamos poseerlo de nuevo, aún cuando fuese por algunas horas". Pero la madre, más sabia, no quería saber nada del asunto. "Mamá no quería volver a su antigua hacienda. No tanto porque el viaje fuese largo, pesado y polvoriento, sino porque sabía por advertencia del corazón que es peligroso el enfrentarse a las cosas sobre las cuales, desde lejos, ponemos a reposar nuestros recuerdos". Pero tanto insistieron las niñas que finalmente la madre accedió. ¡Qué alegría! Pero finalmente, ¡qué horror! El viaje al pasado fue un verdadero fiasco. "En lugar de las sombras familiares, hallamos en todas partes una cosa dolorosísima: el nuevo dueño de Piedra Azul era un rico, gran amante del progreso, animado de una actividad insaciable para idear y realizar reformas. Vale decir que nuestro querido Piedra Azul, disfrazado de otra cosa, también lloraba, con los gritos desoladores de sus reformas, el habernos perdido a nosotras". Y por eso no quería ir. También estaba el temor que me inspiraba aquel sueño recurrente y perturbador que se me presentaba en las noches, cada seis meses, con la precisión mecánica de un reloj onírico: yo regresando viejo y cansado al fundo para encontrarlo todo revuelto, cambiado o desaparecido. ¿Advertencia del subconsciente, producto de leer a Teresa de la Parra? No lo sé; pero finalmente eché a un lado mis temores, me armé de perverso valor y me incorporé al viaje ritual rumbo a la meca de nuestros más caros y preciados recuerdos. Así somos los seres humanos de imprudentes y arriesgados.

Salimos al amanecer del sábado 30 de agosto. Lucía en los cielos un sol radiante y hermosísimo, adecuado para viajar y contemplar paisajes. De San Juan de los Morros llegamos a Ortiz, de Ortiz pasamos a El Sombrero, y saliendo de El Sombrero seguimos por las Lajitas y los Laureles para, finalmente, doblar a la izquierda y rodar una hora por caminos rojizos, en parte polvorientos y en parte empantanados. ¡Cuántas veces, ida y vuelta, recorrimos estos parajes de arbusto y maleza en el Opel y el Jeep de mamá y papá! Nuestro recorrido estuvo señalado de paradas simbólicas en puntos emblemáticos del camino para recordar, suspirar y tomar fotografías: el montículo aquel donde se dibuja el suave azul del horizonte llanero, el puente de metal oxidado que se alza sobre el caño, el gran roble siempre cargado de extraños nidos, el potrero donde solíamos cazar conejos y venados al caer la tarde. Todo tramo tenía historias o su personalidad particular.

A medida que nos acercábamos a la casa del fundo se me aceleraban los latidos del corazón y relampagueaban en mi mente las terribles advertencias de los oráculos de Teresa de la Parra: "Debemos alojar los recuerdos en nosotros mismos sin volver nunca a posarlos imprudentemente sobre las cosas y los seres que van variando con el rodar de la vida. Los recuerdos no cambian y cambiar es la ley de todo lo existente". Yo me inquietaba. "Oh Teresa déjame en paz!" pensaba. "¡Quédate dentro de tus libros y del Panteón Nacional" Cuando al fin llegamos, me bajé del rustico, caminé unos cuantos pasos y me situé frente a la casa. Abrí bien los ojos y por Dios que no les miento si les digo que... ¡Estaba intacta! Solo los muros exteriores que resguardaban los corredores sufrieron daño, pero alguna mano experta supo restaurarlas. El resto no había variado ni sufrido cambios o alteraciones. Por esta vez o por ahora, Teresa de la Parra se había equivocado: ni la mano del hombre ni las garras del tiempo la habían tocado o desgarrado. Permanecía tal cual papá la diseño y construyó en ¿1971? Parecía una joya de cal que me sonreía bajo el sol, como dándome la bienvenida. Eso sí: la casa anterior a esta, la de barro y techo de hojas de palmas, la que se construyó unos metros más adelante, a la que llamábamos cariñosamente "la Casa Vieja", la misma que nos alojó la primera vez que llegamos aquí, desapareció sin dejar rastro, tragada y vuelta a tragar por la maleza, los arbustos y el olvido. 

Por mucho que me orienté y busqué, no la pude hallar. La naturaleza había reclamado sus espacios con violencia y triunfado, elevando al cielo un victorioso grito de ramas y hojas verdes. Después de enredarme el pie en unos bejucos y caer de bruces sobre la hierba, me puse disimuladamente en pie, me limpié la ropa y, después de verificar que nadie me había visto, desistí de mi búsqueda.

Las acacias y cotopriz que mamá sembró uno detrás del otro como disciplinados soldados en formación nos ofrecieron las sombras que protege de las inclemencias del sol llanero. Aquí se siente la mano y obra de mi madre, siempre amante de los árboles y los jardines. Cuando entré a la casa y elevé la mirada, noté que los troncos y la madera que sostenían la techumbre de cinc se hallaban como nuevos. "Veo que han restaurado parte del techo" se me ocurrió comentar, a lo que mi anfitrión respondió: "No señor, de allí no han quitado nada. Este es el mismito techo que le puso su papá". Tal fue la cara de sorpresa que puse que volvió a decir: "Es que los viejos de antes sabían en qué época del año cortar la madera para que dure, que es cuando la luna está en menguante. En cambio ahora ya no la cortan así y se pudre rápido".

Me dejaron a solas. Los demás toman cerveza afuera. La casa y yo dialogamos dulcemente, comunicándonos mutuamente imágenes de un pasado grato y afín. El grueso y compacto sedimento de los recuerdos que dormían se agitó en mil partículas de oro dentro de mi corazón, señalándome mil caras y episodios que giran vertiginosamente y que no me siento capaz de describir. Son cosas indecibles que la pluma se muestra incapaz de abordar con el debido talento. Se trata de mi abuela Carlota Power caminando todas las tardes en dirección al caño para ver sus corrientes y solazarse en los recuerdos de a finales del siglo XIX, la vaca "Palmasola" que cada amanecer daba la leche que tomábamos en esta misma casa, el canto madrugador mojado de rocíos del que ordeña a las vacas en el corral de troncos de palma, el finado "Fucho" fraguando el queso en la quesera de bambú, el bagre y la guabina que mordían nuestros anzuelos, la tarde que me perdí por horas con mi hermano menor, las zambullidas que nos dábamos en la laguna cercana y mil cosas más que es demasiado largo e interminable para consignar aquí.

Se podría escribir un libro, hablando de cosas tales como las visitas más absurdas y estrafalarias que recibimos en esas soledades, como la de aquellos tipos con cara de gánster que cazaban con ametralladoras, o la de aquella familia de Argentina descendientes de alemanes que abandonaron su país concluida la Segunda Guerra Mundial. Eso fue la Semana Santa de 1976 y según palabras de ellos mismos, el padre había sido oficial de la SS. Era gente rara que guardaban armamento muy sofisticado dentro de finos estuches de madera y terciopelo e intentaban atrapar las guabinas con cañas de pescar. Uno de ellos, rojo como un tomate, cabello blanco como la nieve y ojos de un azul intenso, siempre llevaba consigo un equipo estéreo donde lo único que sonaba eran cassettes con la música militar que hacía marchar al ejército nazi en sus ansias de conquista. El otro, sería apenas un niño cuando Alemania firmó la rendición incondicional, y la nieta, una presumida arrogante de modos racistas y quizá antisemitas.

¿Y qué decir de los lugareños, los amables campesinos, gente buena y simple, los verdaderos protagonista de toda historia que tenga estos escenarios? Medardo trabajando con las fuerzas y la nobleza de un buey, la vieja y chiflada María Socorro que casi nos mató con aquellos frijoles que lavó con kerosene antes de prepararlos en el fogón, aquel sordomudo al que no le entendíamos las señas y que caminaba más que un perdido, el "tuerto Quintana" que era uno de los que ordeñaba, el bueno de "pescuezo torcido" que intentó enseñarme a nadar en las lagunas que reflejaban el infinito cielo azul y otros tantos que ya murieron pero, como dijo alguien, los tengo vivos y sonrientes en mi corazón.

El 24 de diciembre de 1975 celebramos la navidad aquí, en esta misma sala. Fue la época utópica en la cual creíamos ciegamente que llegaríamos a ser grandes hacendados o terratenientes. ¡Vaya pretensión! Al final regresamos a San Juan de los Morros con las tablas en la cabeza, unas cincuenta gallinas ponedoras que no ponían huevos y una lora que silbaba alegre estrofas mutiladas del Himno Nacional. Pero esa víspera de navidad hubo abundancia de música, hallacas, ponche crema y vinos, y al día siguiente un amanecer colmado con los regalos del niño Jesús. Pese a que yo conocía todos los secretos acerca de la persona y obra del Niño Dios, no por eso (¡Oh alma incrédula no te lo merecías!) dejé de recibir mi regalo. El corazón materno supo encarnar a un dadivoso Hijo de Dios cada 25 de diciembre y a los "tres reyes magos" durante toda la vida.

En plena zona central de estos llanos, a pesar de estar a muchos kilómetros y horas de cualquier centro urbano, estábamos muy cerca de la civilización. Un escandaloso motor de camión nos suministraba energía eléctrica y una enhiesta antena atrapaba en sus bigotes de metal las señales que nuestro primitivo televisor en blanco y negro traducía en imágenes. Esto nos mantuvo al tanto de lo que sucedía en el mundo en los días que viajábamos al fundo, que eran por lo general los meses de julio/septiembre de la década de los setenta. Papá apagaba la planta diez minutos después de acostarnos pero nunca antes del noticiero. "Murió el cantante norteamericano Elvis Presley" anunció RCTV en agosto de 1977, y un año más tarde, en agosto de 1978, la misma RCTV volvió a anunciar: "Murió el Papa Pablo VI." Además teníamos un tocadiscos más parecido a un sarcófago de caoba donde colocábamos a girar "Hey Jude" o "Abbey Road" de los Beatles...

A partir de 1979 el fundo comenzó a decaer por falta de ingresos y de obreros. No se ordeñó más, ni se siguió haciendo el queso, y los cuatreros acabaron con las pocas vacas que quedaban. Ya a partir de 1983 papá lo mantuvo más por distracción que por cualquier otra cosa hasta que decidió venderlo, en 1992. A sus ochenta años ya no podía seguir atendiéndolo ni seguir viajando ida y vuelta por una vía tan peligrosa para cualquier anciano de su condición.

Este viaje valió la pena: hubo una dulce concordancia entre el recuerdo y las cosas materiales que pueblan el presente. Complace saber que algunas cosas logran escapar de los estragos del tiempo. Sí, algún día se perderá la batalla final y todo esto tomará el mismo camino de la "Casa Vieja", pero ahora no deseo perder el tiempo con tales pensamientos.

Antes de marcharnos nos detuvimos en "Las Araguatas", un fundo vecino, para darnos un baño en las aguas de una laguna. Mis sobrinos, que vienen por primera vez, están felices nadando y gritando. Yo me pavoneo hablándoles de estos sitios, exhibiendo con orgullo mi pasado, como un general retirado que narra una batalla bien librada y ganada con honor. 

Sobre nosotros el cielo es un cuadro inmenso penetrado de luz donde flota en perspectiva de lienzos un manto de nubes que va disminuyendo de tamaño en la medida que se extiende hacia el horizonte. Tal cuadro o inmensidad de llano y cielo te llena el ojo de asombro y te hace el alma un poco más grande. Claro: confinado uno entre paredes, tráfico y edificios, el corazón, hecho por Dios para todo lo grande, se sobresalta cuando lo echan dentro de la majestuosidad.

“Nos fuimos por donde mismo venimos, pero la nostalgia y la felicidad se acurrucaron dentro de una choza de bahareque”.


16 de Septiembre de 2008