Por Daniel R Scott
Debería ser al contrario, pero
en mi experiencia personal he visto que quienes más gracia reciben de Dios, son
los que menos gracia le dispensan a sus semejantes. No se sostiene al débil, no
se levanta al que cae. Nos olvidamos de que perdonamos lo imperdonable porque
Dios perdona en nosotros lo imperdonable.
Y en su hora todos hemos sido
débiles, todos hemos caído, todos hemos necesitado y clamado por perdón.
Nuestra jactancia está demás.
Porque todos, en un momento
dado, han sido dueños de su fango muy personal y privado.
El legalismo, la perfección, y
un falso espíritu de superioridad suelen ser en las manos de quienes las
poseen, instrumentos de destrucción y no de edificación...
Pobres almas desnudas…
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