lunes, 4 de diciembre de 2017

El diccionario enciclopedico VERDE

Por Daniel R Daniel Scott

Esa pasión por la lectura, Daniel, te ayudo a tener toda esa riqueza lexical que posees, en tu capacidad de análisis, en toda tu intelectualidad y a tener esa profundidad de pensamiento que siempre te ha caracterizado.
Caridad Gouverneur Laya

Era el que lucía flamante en la biblioteca de mi hermana María Antonieta y que en mis apenas doce años de edad leía con incansable avidez en 1976.

Para ese año, todos los domingo en la tardes sin faltar, caminaba por la avenida Luis Aparicio (ubicación de la residencia de mi hermana) y sentado cómodamente en un mueble de madera color caoba y tapiz mostaza, tomaba embelesado los volúmenes "olor a nuevo" arriba citado en título y los hojeaba y leía hasta cerca del anochecer. Mi alma rumiaba conceptos y datos históricos, geográficos y culturales, haciéndose más grande y alta de tanto henchirla de conocimiento. A esa temprana edad (para otros, no para mí) de juegos de trompo, metras y "yo-yo", mi única meta y razón de ser era la lectura y la adquisición de libros, libros y más libros... como lo sigue siendo hoy (si me regalaban una camisa y no un libro, lo tomaba con agradecida molestia, forzando un "¡oh gracias!")

La máscara de Tutankamón
Autor: National Geographic Staff, Khaled El Samman
Fecha: 27 01 2016
Pero, ¡cuánto amaba esas tardes dominicales! El libro era templo, sus párrafos altares donde se tributaba adoración al conocimiento y sus oraciones rezos e inciensos que se elevaban a la memoria de los grandes autores y benefactores de la humanidad. ¡Ah la mitología griega que mi pupila sorbía de sus páginas! Era, junto a la arqueología, la historia natural, la prehistoria y el antiguo Egipto de Tutankamen, mis temas predilectos y de gran deleite. Llegué al punto de tomar lápiz y cuaderno y redactar en esa fea caligrafía mía un "diccionario de mitología griega" que nadie leyó jamás y que se extravió en algún lugar de mi tiempo-espacio vital

María Antonieta Scott Richier
Cuarenta años más tarde y dos meses antes que mi hermana muriera, movido por una especie de nostalgia intelectual, le escribí un mensaje de texto a su celular preguntándole, por pura curiosidad, por los libros verdes. Le dije del papel tan importante que jugaron en esa etapa de mi vida. "No sé si los tengo yo o mi hijo menor" fue su como de costumbre escueta respuesta. Eso fue el pasado septiembre...

Me olvidé del asunto, pero ahora que ella no está, cierro los ojos y llevado por el flujo de los recuerdo contemplo la escena del niño aquel inclinado sobre los tomos verdes del conocimiento universal.

04 de diciembre de 2017.