Por Daniel R Scott
Una visión total desde este mirador |
Tras caminar larga y trabajosamente por esta
inhóspita pero fértil superficie poblada de árboles, arbustos y alta maleza, al
fin decido descansar sobre la cima de este cerro solitario donde solo me habla
el viento en el silencio de esta tarde de junio. Mis acompañantes quedaron
abajo, agotados. No quisieron ascender. No los culpo. La travesía ha sido
larga. Desde este mirador, tengo una visión total de lo que parece ser un
valle alternado de lomas, el mismo que arduamente anduve y exploré
antes de sentarme sobre esta especie de atalaya natural. Se puede ver todo a
mis pies: una superficie o explanada irregular de verdor donde yo y otros hemos
dejado nuestras humanas huellas. Creo que ya antes algunos más vinieron y siguieron
de largo. La flora y la fauna de estas inexploradas regiones nos tienen
atónitos e intrigados. Hasta la teología enseñada por nuestros padres y
sacerdotes se ve socavada con todo lo visto. Pienso en mi madre, tan lejos de
donde estoy...tan lejos... A esta hora de seguro humedece su rosario con
lágrimas.
Desde acá el paisaje se nota despoblado pero al
mismo tiempo hermoso y sobrecogedor. El valle parece una enorme y aterciopelada
piedra turquesa. Arboles de tamaños varios, arbustos en abundancia, alta maleza
y, muy a lo lejos, entronizado sobre lomas, como vigilando la dilatada
extensión deshabitada, esa impresionante, elevada y enigmática formación rocosa
que parece las ruinas que sirvieron de refugio a feroces cíclopes extintos. O
un gran animal yacente petrificado. Tiene un nombre que los naturales le
asignaron pero que no he podido memorizar. Algunos de mis hombres, los más
supersticiosos, le tienen ojeriza a esta imponente masa pétrea: se les antoja,
mientras se santiguan, a un tétrico y oscuro lugar donde se dan cita seres
maléficos que no se pueden exorcizar con las milenarias artes europeas. Los
pobres diablos alzan la vista al cielo y cada quien se encomienda a su santo o
a la lejana Madre Iglesia.
Apenas unos días atrás llegamos a estos rumbos.
Cruzamos ríos que braman como acuosos animales mitológicos o riachuelos de
mansas aguas cristalinas; nos abrimos paso entre áspera floresta, caminamos
pequeños valles y, ahora, observo el tupido y exuberante verdor de estos
parajes que parecen salidos de los primeros capítulos del génesis. Al menor
movimiento o ruido de nuestras armas se elevaban despavoridas bandadas de aves
sin nombre que para nosotros son totalmente desconocidas. Sus extraños
graznidos, semejantes a quejidos, perforan y quiebran el silencio de estos
cielos primitivos. Soplaba un viento que parecía provenir de unas lejanas
montañas arboladas que me hacen recordar a los de Europa. Habrá que
explorarlas. Ya nos organizaremos para ello. Mi cuerpo cansado, ahora lo noto,
deja ver picaduras de insectos y hormigas. Espero no ser atacado de fiebres y
temblores. Pero a mí la tierra me parece buena. Tierra de ríos y manantiales
como para radicarnos en ella. Vengo de lejos, muy lejos y esta tierra parece buena para la
labranza y el pastoreo. No todos opinan lo mismo pero a mí me lo
parece.
Vengo del otro lado del mar, poseído por el
espíritu de conquista. Aquí hay de todo: peninsulares, canarios o nacidos en
estas tierras. De muy lejos vengo, de una tierra de soldados, de curas, de
abogados y de religión. Y aquí estamos. ¿Que nos motiva? Traemos la cruz y la espada para
conquistarlo todo. Enclavaremos nuestras costumbres en estas soledades.
Injertaremos en paisaje agreste el poderío del Imperio Español. Someter con la
espada y persuadir con la cruz. Nadie pensó ni quiso fundar nada en esta
región. Otros, lo dije, llegaron y pasaron de largo. Pero se tiene noticia que
hay oro en estas formaciones rocosas y se establecerá una aldea. La noticia causó
revuelo. A esta gente mía, a los de mi raza, la mueve la codicia y el oro, pero
yo lo único que he visto en mis incursiones es aguas sulfurosas...
Pero, ¿quién sabe? de aquí a unas centurias, desde
este mismo mirador, otro podrá observar rectas calles empedradas y
casas coloniales que prosperen con la bendición de la Virgen y todos
los Santos. Ciudad como las nuestras allende al mar, cuadricula de calles
paralelas donde viviremos y lucharemos.
"En el caso específico del pueblo de San Juan
de los Morros se tiene conocimiento de la existencia de una documentación
gráfica fechada en el año de 1714 en la cual se señala e identifica la
ubicación geográfica de las minas y el sitio con el nombre de San Juan,
especialmente se demarca el hito natural que representan los morros conocidos por los
aborígenes como Paurario" (Miguel Funes, en: Concreción Histórica
y Urbana de San Juan De Los Morros)
20 Julio 2011